La evitable historia de la humanidad


En la vida nos encontramos constantemente con cosas que parecen destinadas a ocurrir. Me refiero a esos lances que, cuando suceden, encajamos de inmediato, como si su desenlace no hubiese podido ser otro más que el que fue. En una hipotética lista de acontecimientos inevitables habría que incluir a la tostada cayendo del lado de la mermelada, al repartidor que llega cuando estás en el baño, o, siguiendo una moda muy de nuestro tiempo, a toda la historia de la humanidad. Sí, leyendo a según qué autores, uno llega a la conclusión de que todo lo que nos acontece en el presente (crisis económicas, estados opresores, guerras, desastres climáticos, desigualdad disparada, influencers etc.) no es más que el único resultado posible tras miles de años de género humano. Y que, además, es lo mejor a lo que podíamos aspirar.

Al contrario que las certezas que vienen avaladas por nuestra propia lógica y experiencia, ciertas realidades menos intuitivas necesitan apelar a otra clase de afectos para conseguir que sus discursos calen y se conviertan en verdades ampliamente aceptadas. Me refiero a esos relatos inequívocos, claros, cegadores, sin cabida para dudas o interrogantes. Esas son a día de hoy las premisas bajo la que operan un gran número de obras divulgativas, y las que aspiran a fijar una visión general de la historia de la humanidad no son una excepción. Valiéndose de enunciados contundentes y llamativos, que podrían parecer transgresores a simple vista, continúan inoculando ideas deterministas y desfasadas sobre el pasado de la humanidad. Solo de esa forma se entienden afirmaciones tan inauditas como que hace 10000 años los seres humanos fueron domesticados por el trigo, y que desde entonces no hemos tenido más remedio que vivir condenados en sociedades fuertemente burocráticas y coercitivas.

La idea del trigo como tirano proviene del libro Sapiens, de Yuval Noah Harari, un superventas de faja ancha que hace unos años conquistó todos los rincones del planeta. Por suerte, frente a este determinismo histórico en expansión, existen alternativas que nos permiten contemplar el largo discurrir de la humanidad sin esas anteojeras ideológicas que hunden sus raíces en la Ilustración. Ese es el caso de El amanecer de todo: Una nueva historia de la humanidad.

Escrito a cuatro manos por el antropólogo David Graeber y el arqueólogo David Wengrow, el libro propone un enfoque más amplio del devenir de la humanidad, más allá de las viejas concepciones de Rousseau y Hobbes que aún colean. Para ello, ambos autores se centran en los descubrimientos que los avances científicos han posibilitado durante los últimos 30 años en el ámbito de la arqueología, así como en los trabajos de algunas de sus predecesoras que en su momento fueron denostadas por las corrientes predominantes. Y el resultado es inspirador.

Partiendo de una extensa muestra de hallazgos arqueológicos, que abarcan distintas regiones y épocas, de la Creta minoica a Hopewell, del periodo Jōmon en el archipiélago japonés a Göbekli Tepe, o del Creciente Fértil a Teotihuacán, entre otros muchos hitos, Graeber y Wengrow se encargan de desmontar las grandes verdades que, durante siglos, han regido las principales corrientes dentro de la antropología, la prehistoria y la historia antigua. Que la Revolución Agrícola no existió como evento disruptivo, ni la agricultura supuso la instauración forzosa de la propiedad privada, o que ciudades de cientos de miles de personas funcionaron durante largos periodos de tiempo sin jerarquías dominantes, son algunos de los aportes que ofrece El amanecer de todo.

Aunque lo realmente importante del libro es lo que persigue tras ese mosaico de evidencias arqueológicas: demostrar que la humanidad tuvo ante sí y llevó a cabo los más diversos y creativos experimentos sociales que podamos imaginar. Que nunca estuvimos obligados a seguir un modelo social prefijado, sino que, en muchos casos, el recorrido fue una decisión tomada conscientemente. Y para demostrarlo los autores se basan en la esquizogénesis. Graeber y Wengrow se apropian del término acuñado por el antropólogo Gregory Bateson para describir la tendencia de las sociedades a definirse unas frente a otras. Entre los muchos ejemplos de esquizogénesis que se recogen en El amanecer de todo, cabe resaltar por su pertinencia el de Kondiaronk.

Kondiaronk fue un estadista nativo americano de los hurón-wyandot. Su semblanza llegó a la Europa de la Ilustración gracias al libro que el explorador Louis-Armand de Lom d’Arce escribió en 1703 sobre sus conversaciones con el wyandot. Suplemento a los Viajes o Diálogos con el salvaje Adario, con sus reproches a la falta de libertad europea o a su servidumbre al dinero, fue un ataque frontal al estilo de vida occidental, y rápidamente despertó gran interés entre los intelectuales de la época (Montesquieu, Diderot o Voltaire no tardaron en escribir sus propios diálogos con sus respectivos indígenas inventados). Pero, a pesar de esta buena acogida, la crítica indígena también tuvo desde muy temprano una fuerte oposición, cuyo principal abanderado fue Anne Robert Jacques Turgot. Esta confrontación entre la visión wyandot y la de Occidente sería el origen de la idea de evolución social, y de la creencia de que las sociedades occidentales están en un estado de desarrollo superior al de los pueblos indígenas. Es curioso comprobar que, siglos después, autores como Harari siguen defendiendo en sus obras la idea del progreso de la civilización occidental.

La cuestión es: si la mera existencia de un tipo de sociedad puede dar origen a otra distinta por simple oposición, ¿no deberíamos replantearnos la validez de algunas de las teorías históricas que siguen apuntalando los valores occidentales? ¿No deberíamos renunciar a los discursos basados en un destino preconcebido? Según Graeber y Wengrow, «las pruebas de que disponemos, desde el Paleolítico, sugieren que muchas personas —tal vez la mayoría— no se limitaban a imaginar o representar diferentes órdenes sociales en diferentes momentos del año, sino que, en realidad, vivían en ellos durante extensos periodos. El contraste con nuestra situación actual no puede ser más claro. Hoy en día a la mayoría de nosotros nos cuesta cada vez más siquiera imaginar cómo sería un orden social o económico alternativo».

¿No va siendo hora de aventar el trigo?


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *