Una cosa que he sacado en claro desde que me puse en serio con esto del blog es que la historia tiene más que ver con quién la cuenta que con lo realmente acontecido. Me costó entenderlo, lo admito. Creía que el pasado era algo cierto, inalterable, casi sagrado, cincelado en alguna tablilla bíblica reservada a los grandes eruditos de la historiografía. Pero a fuerza de lecturas y pesquisas he ido rompiendo esa costra de convicción hasta comprender que existen tantas versiones del pasado como cronistas se han encargado de escribirlas. Y los hay de todos los pelajes. Me he topado con historiadores posmodernos, tradicionalistas y materialistas. Están los que solo confían en los datos conservados, y los que prefieren divagar a partir de los relatos de la época. Hay profetas del fin de la historia, progres, blanqueadores, revisionistas y hasta falsificadores. Y recientemente, gracias a una publicación conjunta de la editorial Pepitas y la Fundación Anselmo Lorenzo, he podido añadir un nuevo tipo a esta pokédex histórica: los gimenólogos.
Se trata de una «cuadrilla» de historiadores aficionados, como ellos mismos se denominan, formada por un pequeño grupo de amigos oriundos de Francia. Reunidos alrededor de la figura de Bruno Salvadori, un anarquista italiano que formó parte del Grupo Internacional de la Columna Durruti bajo el seudónimo de Antoine Giménez (de ahí el nombre), los gimenólogos llevan desde 2004 estudiando la revolución social de España y trabajando para arrojar luz sobre aquellos años. Entre sus obras destacan las memorias del propio Antoine Giménez durante la Guerra Civil, una serie radiofónica sobre la vida del mismo, y A Zaragoza o al charco!, un libro creado a partir de los relatos directos de las milicianas y milicianos que estuvieron junto a Salvadori en el frente aragonés.
Obras sobre la guerra civil española y los procesos revolucionarios que en ella tuvieron lugar hay a montones, y se podría caer en el error de entender a los gimenólogos como una simple etiqueta histórica, otras más destinada a engrosar la larga lista de historiadores con visiones divergentes del pasado. Sin embargo, así estaríamos pasando por alto la principal cualidad que hace especial a este colectivo: mostrar los procesos históricos a través de los testimonios de sus protagonistas. Frente a las corrientes históricas que suelen trocear el pasado en épocas opacas e impersonales, en muchas ocasionas deslindadas a ojo de buen cubero y con brocha gorda, uniformando y ocultando lo acaecido, los gimenólogos proponen bucear hasta lo personal en los acontecimiento sociales y dar voz a todos esos desconocidos, casi siempre desaparecidos en la historiografía predominante, que en su día lucharon por hacer la utopía realidad. Eso es lo que se desprende de Y el anarquismo se hizo español (1868 – 1910), el primer volumen de la trilogía Los caminos del comunismo libertario en España (1868 – 1937).
Escrito por la gimenóloga Myrtille, Y el anarquismo se hizo español nos ofrece una cronología del devenir del movimiento libertario español, haciendo especial hincapié en las discusiones fundacionales durante el siglo XIX entre el anarquismo colectivista de Bakunin y el comunismo anarquista de Kropotkin (conocido más tarde como comunismo libertario), y que, a la larga, terminarían condicionando las respuestas de los trabajadores y las organizaciones anarcosindicales tras el golpe reaccionario fallido de 1936. De la creación de la Federación Regional Española de la AIT (FRE) a la Internacional Antiautoritaria de St. Imier, de los procesos contra La Mano Negra a la primera tirada de Tierra y Libertad, pasando por la aparición de los primeros grupos de afinidad y culminando en la fundación de la CNT, Myrtille va delineando un sinuoso trazado por el recorrido del anarquismo en España, al mismo tiempo que consigue mediante retales de biografías rescatadas alumbrar las vidas de las mujeres y hombres impulsores de este movimiento emancipatorio.
Así es como nos presenta a Martí Borràs, zapatero y fundador junto a Emili Hugas del Grupo anarquista de Gràcia, el primer grupo de comunistas anarquistas en oposición a las ideas del anarquismo colectivista imperantes en la FRE. Junto a él, también resalta la figura de su mujer, Francesca Saperas Miró, encargada de distribuir las publicaciones Tierra y Libertad y La Justicia Humana, y que Federica Montseny llegó a definir como «la madre de los anarquistas». Y fuera de Cataluña la gimenóloga destaca a Los Desheredados, una organización revolucionaria anarquista formada en Andalucía por miembros expulsados de la FRE por «perturbadores», como Miguel Rubio y Tomás González Morago, partidarios de la propaganda por el hecho y la insurrección como herramientas de lucha. Es a través de las vidas y circunstancias de estos protagonistas como Myrtille logra exponer la evolución del anarquismo en la España de finales del siglo XIX sin caer en la consabida fórmula aglomerante del terrorismo anarquista, que en demasiadas ocasiones se ha utilizado en exceso con la intención de menoscabar a todo el movimiento.
Los aportes de los gimenólogos a la historia son indiscutibles. Pero más allá de sus contribuciones al estudio del pasado, creo que habría que valorar su labor en sí misma. Estos historiadores aficionados consiguen mostrar la investigación histórica como lo que es: un trabajo de muchos, posible gracias a la ayuda desinteresada, la colaboración y el apoyo mutuo, en el que cada participación cuenta. Y al igual que ellos vuelven la mirada a los revolucionarios que en su día pelearon por una sociedad más justa, cualquiera interesado en la historia debería seguir su ejemplo y entender que dar voz a los olvidados de la historia está en nuestras propias manos.
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