Desde que decidí empezar este blog lo tuve claro: era necesario crear un espacio que diese visibilidad a los relatos excluidos de las corrientes hegemónicas de la historia. Tendría vocación de refugio y serviría de altavoz para todas esas voces apartadas del sistema. Y lo haría con actitud crítica, persistiendo frente a los intereses de los poderosos, resistiendo a pesar del olvido forzado por los medios oficiales, sí, pero también yendo a contracorriente, combatiendo con miradas alternativas la visión incuestionable y alienante del pasado que pretenden instaurar. ¡Se llamaría Historias Descartadas, y desde su tribuna me esforzaría por denunciar la tiranía y la imposición! En mi cabeza sonaba espectacular, hasta que leí La conquista islámica de la Península Ibérica y la tergiversación del pasado, de Alejandro García Sanjuán.
A raíz del análisis que el historiador onubense hace de las principales corrientes historiográficas que han abordado el estudio de Al-Ándalus, he caído en la cuenta de que mi planteamiento contestatario puede servir tanto para recalcar las injusticias reales cometidas contra comunidades marginadas, como para dar rienda suelta a las teorías negacionistas más desquiciadas. Yo solo quería destacar el papel que han tenido a lo largo de la historia las mujeres, los pueblos originarios, los colectivos LGBTIQ+, y los movimientos obreros, darles el crédito que se merecen, y he terminado utilizando la misma terminología que los que hablan de «plandemia» o niegan la conquista islámica de la península ibérica.
Sí, también hay personas que creen que los musulmanes no cruzaron el estrecho en el año 711, y que esa parte del pasado no es más que un cuento promovido por historiadores académicos a sueldo del poder para tratar de ocultar lo sucedido realmente. La tesis, desarrollada por primera vez en 1969 por el historiador aficionado y miembro de las JONS Ignacio Olagüe, es como sigue: puesto que no hay documentos coetáneos que certifiquen la inequívoca conquista de 711, los árabes, escasos en número, no pudieron ser capaces de dominar toda la península en tan pocos años. Al contrario, lo que ocurrió fue que los «españoles», hartos de las guerras visigodas intestinas, sin influencias externas y prácticamente por generación espontánea, devinieron en musulmanes gracias al arraigo previo en la península del arrianismo. Por lo tanto, los 8 siglos de cultura árabe que siguieron responderían al genuino genio nacional hispano que perdura hasta nuestros días, y no tendrían nada que ver con una supuesta «invasión mora».
Se podría pensar que se trata de una hipótesis desfasada y sin influencia a día de hoy. Sin embargo, lejos de haber sido superada, la teoría de Olagüe goza en la actualidad de gran aceptación, y no solo entre los sectores más radicales de la derecha, ávidos siempre de relatos antiislámicos, sino también entre una parte del Andalucismo. En los últimos años el movimiento nacionalista andaluz ha encontrado su mejor defensa en la obra Historia General de Al-Andalus, una versión actualizada de los postulados del pseudohistoriador guipuzcoano, escrita por el profesor de la Universidad de Sevilla Emilio González Ferrín.
Ante esta revisión del pasado árabe peninsular, los profanos en materia de Estudios Andalusíes, más allá de los palmarios ejemplos de la Alhambra y la Mezquita de Córdoba, podríamos encontrarnos indefensos, sin argumentos a los que recurrir. O incluso aún peor, podríamos sentirnos atraídos por ese halo de misterio tan propio de las teorías conspirativas hasta llegar a convencernos de los razonamientos negacionistas. Por suerte, García Sanjuán se ha tomado el tiempo y la molestia en hacer una radiografía del movimiento negacionista, contrastando sus absurdas conclusiones con evidencias arqueológicas y documentales, y demostrando, no solo la existencia de la conquista árabe de la península, sino también las falsedades de los principales argumentos conspiranoicos.
Frente a las veleidades constantes de Olagüe y González Ferrín, García Sanjuán propone evidencias más consistentes, como las fuentes latinas y árabes de la época, los vestigios encontrados, y la inmensa bibliografía previa existente. De esta forma, el historiador onubense se encarga de refutar de forma pormenorizada cada uno de los disparates negacionistas. Y eso son muchas refutaciones. Solo por dejar constancia de algunas de ellas, cabe destacar la primera referencia textual a la conquista, situada por el historiador en el Liber pontificalis en 721, sólo diez años después de la llegada de los musulmanes, y no un siglo más tarde como sostienen los negacionistas. También son determinantes los descubrimientos arqueológicos relativos a las monedas y los sellos de plomo encontrados en los últimos años, los cuales, según García Sanjuán, ratificarían las crónicas disponibles, y confirmarían el carácter militar y religioso de la ocupación. Aunque mi apostilla preferida es la que el historiador hace al gran aporte de Olagüe: el descubrimiento de Mahoma por Eulogio de Córdoba. Para dar credibilidad a sus postulados sobre los herejes cristianos soterrados convertidos en musulmanes, Olagüe no duda en tergiversar las palabras del beato mozárabe para dar a entender que hasta el año 848 los cristianos de Córdoba no supieron de la existencia del profeta musulmán. Sin embargo, según los registros conservados, las copias del Corán habrían estado presentes desde el inicio de la conquista, y en las monedas acuñadas por los conquistadores entre 716 y 717 ya aparece inscrito claramente el nombre de Mahoma. ¿Sería un Islam en diferido?
No contento con el vapuleo historiográfico, García Sanjuán también saca tiempo para echar abajo otros puntales que suelen sostener al negacionismo. Especialmente revelador resulta su análisis sobre la recepción de La revolución islámica en Occidente. Al parecer, la obra culmen de Olagüe, además de haber sido reseñada tras su publicación por varios periódicos de la época, también fue financiada por la prestigiosa Fundación Juan March. Y más recientemente, el libro ha sido reeditado en 2004 contando con la participación de la Junta de Andalucía. Estos hechos desmentirían la creencia popular entre los círculos negacionistas y conspiranoicos de que Olagüe fue poco más que un incomprendido censurado y ninguneado.
Aunque donde realmente se explaya el historiador onubense es en la crítica a su colega Emilio González Ferrín, al que acusa de ser el principal culpable de abrirle las puertas del ámbito académico al fraude historiográfico del negacionismo. García Sanjuán aprovecha las constantes inexactitudes del arabista de la Universidad de Sevilla para reivindicar la labor de los historiadores profesionales, los cuales tienen, según sus propias palabras, «la obligación de preservar el conocimiento histórico de todo intento de manipulación». Sin embargo, el propio caso de González Ferrín pone de manifiesto que la Academia no es ese templo inmaculado del saber ajeno a intereses personales, editoriales o partidistas, del que García Sanjuán con su defensa a ultranza pretende convencernos. En el mejor de los casos, el ámbito académico representa un terreno de batalla más, y su dignificación o no solo debería depender del tipo de conocimiento que las academias decidan validar desde su privilegiada posición como de garantes del saber. El esfuerzo explicativo de Alejandro García Sanjuán es sin duda alguna encomiable y necesario, pero, por desgracia, no siempre es el ejemplo más frecuente en el mundo académico.
Eso sí, tras leer La conquista islámica de la Península Ibérica y la tergiversación del pasado me ha quedado clara una cosa: ni todas las historias descartadas lo fueron injustamente, ni todas merecen ser rescatadas. En este blog nunca se van a apoyar teorías negacionistas fundadas en burdas mentiras por el simple hecho haber sido «canceladas» y gozar de cierto prestigio rebelde. Quién busque conspiraciones, que se vaya a La nave del misterio.
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