Intentar reconstruir la vida de una persona del pasado no es una actividad inocua; casi siempre trae consigo ciertos descubrimientos capaces de echar abajo alguna que otra certeza de nuestro presente. Eso es al menos lo que me ha ocurrido con Josef Lengauer. Tras ese apellido no solo he encontrado la biografía de un hombre, sino también una parte intrínseca de la historia de Viena. Desde que recalé en la capital de Austria me he afanado por conocer los principales hechos históricos acaecidos en sus calles, pero no ha sido hasta dar con mi vecino que he podido unir los puntos y formarme una imagen con sentido en mi cabeza.
Y hablo de mi vecino porque, si hubiésemos vivido en la misma época, Josef Lengauer y yo habríamos coincidido en el mismo edificio. Esa es al menos la información recogida por el DÖW (Centro de Documentación de la Resistencia Austriaca), que sitúa su última dirección conocida en el mismo inmueble en el que ahora resido. Podríamos haber vivido puerta con puerta, saludándonos al encontrarnos en el rellano, quejándonos, como buenos vieneses, del tiempo y de los pelotazos de los chavales en el patio comunitario. Y puede que una mañana de julio, al asomarme por la ventana, lo hubiese visto por última vez mientras la policía se lo llevaba preso. Josef Lengauer fue ejecutado el 7 de enero de 1943. Su delito fue ser comunista y enfrentarse al régimen nazi, y su nombre, junto con el de otras 50000 personas, forma hoy parte de los archivos sobre las víctimas del nazismo en Viena.
Lo que se conserva de su vida son los datos descarnados: cuál fue su último domicilio, su estado civil, su profesión, la fría sentencia de muerte. Pero, a partir de los jirones de su biografía, es posible reconstruir parte de su existencia, y con ella, comprender mejor la Viena pasada y presente. Por ejemplo, sabemos que Lengauer nació en la que fuera la capital del Imperio Austro-húngaro, que creció en la década de los modernos y que sobrevivió a la Monarquía de los Habsburgo, a la Gran Guerra y a la pandemia de gripe «española». Fue testigo de la creación de un nuevo estado, la Primera República de Austria, y de la llegada del Partido Socialdemócrata a la alcaldía de la ciudad. Y aunque quizá en ese momento Lengauer aún no lo supiese, su porvenir iba a quedar marcado para siempre por la Viena Roja.
Rotes Wien, así es como se conoce al periodo de entreguerras en el que la ciudad estuvo gobernada por el SDAP (Sozialdemokratischen Arbeiterpartei). Aprovechando que Viena se había constituido en estado federal, el consistorio utilizó su independencia política del gobierno central para llevar a cabo una serie de profundas reformas enfocadas en tres grandes aspectos de la vida urbana: la vivienda municipal, el bienestar social y la reforma escolar. De esa forma, entre 1919 y 1934 se construyeron 382 edificios de protección oficial (Gemeindebauten, los llamados «palacios del proletariado»), se ampliaron los servicios públicos, como la atención sanitaria, la red de tranvías o los baños y las piscinas públicas, y la enseñanza pública experimentó un gran desarrollo que posibilitó, entre otros avances, la creación de las Volkshochschulen para adultos. Estas medidas no solo tenían como objetivo mejorar las condiciones materiales de la clase trabajadora, sino que, desde el punto de vista socialista, servían a un fin mayor: propiciar la llegada de la «nueva gente» (neuen Menschen), una nueva sociedad que superara las miserias y defectos del capitalismo burgués.
En 1928 Josef Lengauer formaba parte de esa nueva hornada de gente. Tras pasar unos años en el ejército, había encontrado trabajo en la compañía municipal de tranvías, y disfrutaba de todas las comodidades que se podían esperar de un piso con baño propio en uno de los edificios comunales. Podemos suponer que en su tiempo libre también aprovechaba la amplia oferta cultural y de ocio existente; puede que acudiese asiduamente a alguna de las nuevas bibliotecas municipales, al teatro o al cine. Quizá incluso estuvo entre los asistentes a la primera edición del festival Wiener Festwochen. De lo que no hay duda según la información disponible es de su compromiso político. Desde 1927 fue miembro del SDAP y un sindicalista convencido. No es de extrañar teniendo en cuenta que en esa época la plantilla de la empresa pública de transportes de Viena era una de las más activas políticamente. Así lo afirma el historiador Walter Farthofer en su libro Tramway Geschichte(n). Los motivos personales que llevaron a Lengauer a meterse en política son hoy terreno para la especulación, pero es muy probable que el convulso ambiente de aquellos años le hiciese posicionarse.
Desde el inicio, el proyecto socialista de Viena estuvo en el punto de mira de las distintas facciones de la derecha. Para los conservadores del Partido Socialcristiano (Christlichsoziale Partei), por ejemplo, el impuesto a las grandes fortunas destinado a financiar la construcción de las nuevas viviendas sociales solo podía haber salido de la mente de un sádico fiscal («Steuersadist»). Incluso el gobierno estatal, en manos del mismo partido, intentó estrangular las reformas recortando el presupuesto municipal. Y fuera del ámbito parlamentario la atmósfera era igualmente asfixiante. Distintos grupos paramilitares, entre los que se contaban monárquicos, nacionalsocialistas, fascistas, aunque también socialdemócratas como el Republikanischer Schutzbund, se disputaban las calles de la capital a tiro limpio. El atentado fallido al alcalde Karl Seitz, los enfrentamientos de Schattendorf, que se cobraron la vida de dos personas (una de ellas un niño de tan solo 6 años) o el incendio del Palacio de Justicia y la posterior masacre de 84 manifestantes por parte de la policía, dan buena cuenta del sangriento balance de esos años. Toda esa tensión, lejos de rebajarse, desembocó el 12 de febrero de 1934 en la Guerra Civil Austriaca.
Antes de que Hitler pusiese un pie en el palacio del Hofburg, Austria ya tuvo su propio dictador: Engelbert Dollfuß. Miembro del Partido Socialcristiano, en 1932 recibió el encargo de formar gobierno y terminó desmantelando el sistema democrático de la aún joven república austriaca e implantando el Austrofascismo. En solo dos años disolvió el parlamento, declaró ilegales al Partido Comunista (KPÖ) y al Partido Socialdemócrata, y cuando los milicianos socialistas intentaron organizarse en los edificios de protección oficial para defender la democracia, Dollfuß, apoyado por el ejercito y los fascistas de la Heimwehr, no dudó en abrir fuego de artillería contra las viviendas civiles. En la estación de tranvías del distrito de Ottakring, en la que trabajaba Josef Lengauer, los propios trabajadores intentaron bloquear uno de los cercanos accesos a la ciudad para frenar el avance de las tropas reaccionarias. Sin embargo, todos sus esfuerzos fueron en vano. Dollfuß acabó con la Rotes Wien aquel febrero de 1934, aunque fue una victoria breve para el dictador, ya que pocos meses después él mismo sería asesinado por los nacionalsocialistas.
Cuando los nazis se anexionaron Austria en 1938, el movimiento obrero de la capital ya había sido aplastado casi por completo. Los dirigentes socialistas habían huido al exilio. Algunos de los milicianos que sobrevivieron a los enfrentamientos de febrero formaron el batallón 12. Februar y continuaron combatiendo al fascismo en la Guerra Civil Española. Solo unos pocos decidieron oponer resistencia al opresivo régimen nazi desde dentro, en la clandestinidad. Ese fue el caso de Lengauer.
Es llamativo que, a pesar de haber sido durante largo tiempo militante del Partido Socialdemócrata, Lengauer llevase a cabo todas sus actividades insurgentes bajo el abrigo del KPÖ, cuya influencia en el periodo de la Viena Roja siempre había sido residual. Quizá, como otros muchos socialistas, desengañado por la indecisión con la que la cúpula dirigente del SDAP actuó durante los enfrentamientos de 1934, Lengauer encontró en el entorno comunista el sostén político necesario para continuar una lucha que sentía perentoria. Así fue como, junto con otros compañeros de la estación de tranvías de Ottakring, formó una célula de resistencia desde la que coordinaban acciones contrarias al régimen y recaudaban fondos para las familias de compañeros represaliados. Hasta que el 14 de julio de 1941 fue arrestado.
Josef Lengauer no vivió para ver la caída del régimen contra el que tanto luchó, pero la historia siguió su curso. Viena fue liberada por el Ejercito Rojo. Una vez terminada la guerra, los socialdemócratas regresaron a la alcaldía de la ciudad y, conservando gran parte del programa aplicado en los años 20, reconstruyeron sus calles. Los aliados se retiraron, volvieron las elecciones libres y, desde entonces, con alguna sigla de menos, el Partido Socialdemócrata (SPÖ) gobierna la capital de Austria de forma ininterrumpida. Aunque la situación actual es muy distinta a la de hace un siglo.
Del espíritu de la Viena Roja solo queda el recuerdo y un museo abierto a visitantes en el edificio comunal Karl-Marx-Hof. El SPÖ, siguiendo la corriente dentro de la socialdemocracia actual, hace tiempo que se plegó a las exigencias del libre mercado y abandonó cualquier intento por transformar la sociedad. A pesar de la enorme expansión urbanística que ha traído consigo el siglo XXI, desde el año 2000 solo se han construido 11 nuevos Gemeindebauten. El desarrollo urbano de la ciudad está hoy al servicio de intereses financieros. Incluso el edificio municipal en el que viviese Lengauer es ahora propiedad de una constructora privada. Y aunque cada vez más voces claman por otra Viena alejada de los combustibles y finanzas fósiles, la política socialdemócrata sigue anclada en el alquitranado general de los años sesenta. Al mismo tiempo, la oposición contra el proyecto iniciado en 1919 sigue siendo feroz. Hoy día utilizan argumentos actualizados, tildando a la Viena Roja de experimento fallido o de maléfica ingeniería social. Pero, bajo esa nueva mano de pintura, subyacen las mismas viejas inquinas de los que entonces ya ansiaban desbaratar cualquier avance conseguido por la vía socialista. Me refiero a los 51 diputados de la extrema derecha racista que vociferan en el parlamento, y al actual gobierno del ÖVP (sucesor del Partido Socialcristiano) y a su ministro del interior, el cuál todavía rinde honores al dictador Dollfuß.
No obstante, a pesar de todo el tiempo transcurrido, a pesar de los ataques sufridos y de los fallos cometidos, sorprende comprobar como aún perduran los efectos positivos de las decisiones tomadas hace un siglo. Si disponer de un techo a precio asequible en Viena es hoy posible, se debe a que la ciudad cuenta con el mayor parque de vivienda protegida del mundo. Más del 60% de sus habitantes disfrutamos de algún tipo de alquiler regulado. La enseñanza y la sanidad continúan siendo accesibles y gratuitas, atributos en serio peligro de extinción en los tiempos que corren. Su inmensa red de transporte público sigue ampliándose, conectando todo el área metropolitana con gran eficiencia. Incluso aún se celebra el Wiener Festwochen. No es descabellado afirmar que si la urbe encabeza año tras año la lista de las ciudades con mayor calidad de vida es, en gran parte, gracias a las medidas adoptadas durante el periodo socialista. Y, sobre todo, gracias a personas como Josef Lengauer que, como tantas otras, creyó que una sociedad más justa era posible y luchó para conseguirlo. Su nombre siempre estará unido con el anhelo de una Viena mejor.
Fuentes:
Dokumentationsarchiv des österreichischen Widerstandes (DÖW) https://www.doew.at/
Farthofer, W. (2012). Tramway Geschichte(n). ÖGB-Verlag
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