Por mucha pereza que nos dé, de vez en cuando hay tareas que se tienen que hacer sí o sí para mantener un cierto nivel de bienestar. Y al igual que aireamos las estancias, limpiamos a fondo la nevera o nos deshacemos de trastos viejos, también es necesario recordar que lo que asumimos como el orden natural de las cosas no es más que una hegemonía cultural concreta. Y que podría ser bien distinta. En mi caso, el aviso periódico me ha llegado gracias a un vídeo de la historiadora y militante Josefine Table. Respondiendo a la pregunta de si la historia puede ser objetiva, la divulgadora nos recuerda que, por la naturaleza parcial y subjetiva de los testimonios del pasado, a lo máximo a lo que puede aspirar la disciplina histórica es a ser lo más rigurosa posible, y nos aconseja desconfiar siempre de los discursos disfrazados de verdades objetivas, inamovibles y universales.
No cabe duda de que el primer paso para concebir otras realidades sociales es aceptar que nuestro entendimiento del presente y del pasado no es objetivo, sino que está delimitado por un modelo productivo dado, unas instituciones, y hasta unos usos del lenguaje que en última instancia sirven para perpetuar el statu quo de los intereses económicos y políticos de un momento determinado. Solo derrumbando certezas podemos sobreponernos al derrotismo paralizante de un destino que desde todos los frentes se nos presenta como inevitable, y atisbar otras realidades más amplias y justas. Pero una vez abierta la brecha en el muro de ese elaborado sentido común aparecerán nuevos interrogantes: ¿Cómo se puede confrontar a la hegemonía actual? ¿Es posible elaborar una historia contrahegemónica? ¿De qué alternativas disponemos?
Muchas de estas preguntas pueden encontrar respuesta dentro del modelo agonista. Desarrollada por la filósofa y politóloga Chantal Mouffe, esta teoría política se ha convertido en una de las corrientes más influyentes en el panorama político de las últimas décadas. Lo que propone Mouffe es un proceso de radicalización desde dentro de la democracia liberal que permita la construcción de instituciones más democráticas e igualitarias. Para ello la filósofa parte del concepto de hegemonía cultural del filósofo marxista Antonio Gramsci, y asume la existencia en cualquier sociedad de un cierto grado de antagonismo inevitable e irreductible.
Según Mouffe, cualquier proyecto político de naturaleza pluralista necesita del conflicto para funcionar democráticamente. Obligar a los integrantes de un conjunto a llegar a consensos inclusivos supondría la renuncia no solo de parte de sus demandas intrínsecas sino también de sus propias identidades. Ese consenso universal en torno a unos valores centrales que deben ser asumidos por todos terminaría alzándose como el único eje hegemónico normativo, cristalizando con el tiempo en un nuevo orden social que desembocaría en enfrentamientos cada vez más encarnizados entre posturas radicalmente opuestas (nosotros/ellos – amigos/enemigos). A fin de evitar el enquistamiento de las posiciones dispares, y con la intención de dar salida a ese cierto nivel de antagonismo irreconciliable, Mouffe apuesta por un modelo agonista donde los oponentes se reconozcan no como enemigos sino como «adversarios entre los cuales exista un consenso conflictual». Esto es: un sistema democrático que no rehuya el conflicto, sino que lo integre y lo acote dentro de unas reglas definidas. Ese modelo político se fundamentaría en la articulación de las diferentes hegemonías existentes, fomentando terrenos de participación plurales que propiciasen acuerdos federales por encima de las diferencias, al mismo tiempo que evitaría el dominio de unas voluntades políticas sobre otras.
Pero, para propiciar la articulación entre esas distintas hegemonías, primero deben existir fuerzas que se opongan al orden establecido. En su libro Agonística, pensar el mundo políticamente Chantal Mouffe propone distintas estrategias posibles, otorgando especial importancia a las prácticas artísticas críticas, entendidas «como intervenciones agonistas dentro del contexto de las luchas contrahegemónicas». Según la autora, el arte sería una pieza clave a la hora de crear nuevas identidades políticas capaces de desafiar a la hegemonía dominante en la «guerra de posición» gramsciana.
Y si el arte es fundamental en el proceso de creación de identidades políticas, en tanto que es un producto cultural decisivo en la formación, difusión y reproducción de una determinada hegemonía, ¿no podrían otras prácticas culturales llevar a cabo ese mismo rol? Personalmente opino que la historiografía podría cumplir a la perfección la función agonista asignada a las prácticas artísticas. Las investigaciones históricas enmarcadas dentro del modelo agonista podrían ayudar no solo a superar la creencia dominante en la objetividad universal de los relatos históricos, sino también a conformar una voluntad colectiva democrática y contrahegemónica, tal y como la concibió Mouffe, articulando desde la historiografía «las nuevas demandas planteadas por feministas, antirracistas, el movimiento gay y el movimiento ambientalista, de un modo que las conectara a las demandas formuladas en términos de clase» para «presionar por la radicalización de la democracia y establecer una nueva hegemonía». A día de hoy, gracias a la multiplicidad de canales, y a la encomiable labor de algunos divulgadores concienciados, como es el caso del arqueólogo Mikel Herrán, esta historiografía diversa va cobrando fuerza frente a su contraparte acatada y normalizada.
Aunque también existen voces discrepantes. En una entrevista en 2006 Keith Jenkins llegó a sentenciar a la historia afirmando: «Creo que podemos abandonar la historia ya». Es posible que el autor de Repensar la historia asumiese una postura de éxodo, un enfoque que, como ha definido Mouffe, renunciaría a «la posibilidad de una lucha contrahegemónica dentro de las instituciones que desarticule los elementos constitutivos de la hegemonía neoliberal». Sea como fuere, este caso pone de manifiesto que la teoría agonista no está exenta de críticas, y que aplicar sus postulados en según qué realidades puede acarrear contradicciones insalvables. Por ejemplo, ¿valdría la pena intentar presentar batalla a los valores hegemónicos de la historiografía en la Real Academia de la Historia, una institución nacida al calor del nacionalismo español, para la que, como bien supo identificar José Álvarez Junco en su obra Mater Dolorosa, «la nación era el sujeto esencial de la historia»? ¿Necesita el movimiento LGTBI+ reivindicar la figura de una conquistadora del XVI? No lo tengo claro.
A pesar de compartir a grandes rasgos las premisas del modelo agonista de Mouffe, no puedo ignorar sus límites. Entiendo la necesidad de no ceder espacios, de intentar recuperar instituciones, incluso de resignificar ciertos conceptos. Creo sinceramente que la historiografía puede jugar un papel crucial a la hora de plantarle cara al capitalismo y hacerle una nueva muesca a su hegemonía. Pero, ¿realmente es necesario compartir tablero político o cultural con oponentes que te consideran un enemigo a erradicar? La propia Mouffe defiende participar en los medios de comunicación conservadores y neoliberales con tal de «disputar la lucha hegemónica». ¿Qué clase de victoria esperas conseguir siendo el último en salir del bar nazi en que se ha convertido Twitter? Al final, el clásico dilema sigue vigente: ¿Debemos tolerar a los intolerantes? Yo creo que no. Hay límites que no merecen ser traspasados bajo ninguna estrategia.
Fuentes:
Mouffe, C. (2013). Agonística, pensar el mundo políticamente. Argentina, FCE.
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