La rave contra Roma


Sé que lo que estoy a punto de escribir va a sonar raro viniendo de un blog dedicado a la historia, pero tengo que confesarlo: no me gusta la Antigua Roma. Más que desagrado, lo que tengo son prejuicios; soy incapaz de acercarme a cualquier obra sobre la historia de la Roma clásica sin sentir que es una cosa de fachas. Será por esa obsesión que los fascistas siempre han tenido con la figura de Julio Cesar, o quizá sea por toda la caterva de perfiles con bustos de patricios que pululan por internet, y que se pasan el día pensando en el Imperio Romano, en la rectitud, el estoicismo y los cimientos de la civilización occidental. La cuestión es que cada vez que he intentado acercarme a esa época me he sentido fuera de lugar. O al menos así ha sido hasta que he dado con el Escándalo de la bacanal. Quién iba a pensar que entre los acontecimiento ocurridos durante la República Romana hubiese uno que pudiese servir como referente histórico para ese lema del anarquismo alegre que reza «Si no puedo bailar, no es mi revolución».

Me enteré del escándalo hace solo unos días, en la sala XII del Kunsthistorisches Museum de Viena. Mientras paseaba entre los objetos expoliados de la colección de antigüedades, me topé con una pieza peculiar: el Senatus consultum de Bacchanalibus, un letrero de bronce con un texto en latín en el cuál se prohibía explícitamente la celebración de bacanales, acusando a los participante de un «delito capital» (CAPVTALEM FACIENDAM). Datada en 186 a. C., y encontrada en la localidad calabresa de Tiriolo en 1640, la inscripción es la copia más antigua conservada de una resolución del Senado Romano, e implicaría la existencia de una fiesta rebelde que puso en jaque a la mismísima República Romana. Emma Goldman, sin duda, estaría orgullosa.

Tan serio tuvo que ser lo ocurrido que, dos siglos después de los hechos, el historiador romano Tito Livio aún seguía haciéndose eco de las pérfidas fiestas en honor a Baco. En su obra Ab urbe condita, Livio dedicó el capítulo 39 a describir el culto que llegó a Roma desde Etruria «como una enfermedad contagiosa», repleto de misteriosos y nocturnos ritos dirigidos por mujeres en los que se practicaban «libertinajes de toda clase», y que, bajo la influencia del vino y la frenética música, desembocaban en «conspiraciones secretas», «envenenamientos y asesinatos». Según la narración del historiador romano, fue el cónsul Lucius Postumius el que, tras conocer la confesión de una bacante arrepentida, consiguió convencer al Senado de la necesidad de tomar duras medidas contra el peligro que entrañaban aquellas prácticas para el Estado. Así fue como se promulgó la prohibición del Senatus consultum de Bacchanalibus, y dio comienzo el hostigamiento y la brutal represión del culto que, de acuerdo con las cifras de Livio, se saldó con más de 7000 bacantes condenados por conspiradores.

Lo que se desprende de la extensa crónica del historiador romano es que estos acontecimientos tuvieron una enorme repercusión en la sociedad romana de la época. La destrucción de los altares en honor a Baco y la persecución de los miembros del culto tras el discurso de Postumius así lo confirmarían. De hecho, es bastante probable que las ideas preconcebidas que aún perduran a día de hoy sobre la depravación y los excesos míticos de las bacanales estén altamente influenciadas por el recelo hacia la juerga instaurado tras la prohibición. Como afirma la ravera e investigadora Chiara Baldini en su artículo The Politics of Ecstasy: the Case of the Bacchanalia Affair in Ancient Rome, la represión de la bacanal supuso el fin de una era y el comienzo de otra en la que se impuso una conducta ética basada en «la supresión de todos los instintos corporales y comportamientos irracionales y (…) en la estricta separación de clases organizadas en una jerarquía».

Dedicada al estudio de la evolución del culto extático en occidente, Baldini lleva años apuntando en ensayos, conferencias y festivales de psytrance que las bacanales, tanto en su versión romana, como en su contraparte griega en honor a Dioniso, más allá de los juicios moralistas desprendidos del relato de Livio, debieron ser algo parecido a un movimiento contracultural, donde mujeres, extranjeros, esclavos y otros miembros marginados de la sociedad llevaban a cabo rituales que les permitían romper con «las muy rígidas convenciones de género, estatus social y origen étnico impuestas por la cultura dominante». No podemos olvidar que la sociedad romana, como señalan Graeber y Wengrow en El amanecer de todo, estaba estructurada alrededor del Derecho Romano, el cuál, a su vez, otorgaba poder absoluto al varón para disponer como gustase de las posesiones bajo su dominio, entre las que habría que incluir tanto a esclavos como a familiares. Ante esta realidad, las bacanales, cuyo origen Baldini sitúa en el culto neolítico a la Diosa superviviente en la Creta minoica, habrían representado no solo una liberación de las ataduras morales y sociales de la época, sino también un claro desafío contra el poder político de la República Romana.

Y en mi opinión creo que, hoy más que nunca, es necesario recuperar y reivindicar ese carácter agitador del disfrute. A pesar del tiempo transcurrido y de los avances conseguidos con respecto a las libertades individuales, en la actualidad seguimos viviendo en una sociedad marcadamente patriarcal y restrictiva en la que salirse de la norma todavía se castiga. La fiesta se tolera como vía de escape incorporada y controlada por el propio sistema extractor, pero, tan pronto como muestra algún indicio de subversión, es reprimida y se acaba el baile. Así las cosas, no nos vendría mal volver a hacer de la fiesta un evento peligroso para el poder.

Fuentes:

Livio, T. Ab urbe condita. Project Gutenberg, November 13, 2013, https://www.gutenberg.org/cache/epub/44318/pg44318-images.html

Baldini, C. (2015). The Politics of Ecstasy: the Case of the Bacchanalia Affair in Ancient Rome. Neurotransmissions: Essays on Psychedelics from Breaking Convention.

Graeber, Wengrow (2022). El amanecer de todo. Ariel.


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